1.- Oración introductoria.
Señor, hoy me inquieta una pregunta que Tú formulas en el evangelio: Y los otros nueve ¿dónde están? ¿Dónde están tantos que antes eran cercanos a la Iglesia y ahora no quieren saber nada de ella? ¿Dónde tantos de aquellos que antes eran creyentes y ahora son ateos? ¿No tendré yo alguna culpa? ¿No habré vivido mi fe sin compromiso serio con el hombre?
2.- Lectura reposada del evangelio Lucas 17, 11-19
En aquel tiempo, yendo Jesús de camino a Jerusalén, pasaba por los confines entre Samaría y Galilea, y, al entrar en un pueblo, salieron a su encuentro diez hombres leprosos, que se pararon a distancia y, levantando la voz, dijeron: ¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros! Al verlos, les dijo: Id y presentaos a los sacerdotes. Y sucedió que, mientras iban, quedaron limpios. Uno de ellos, viéndose curado, se volvió glorificando a Dios en alta voz; y postrándose rostro en tierra a los pies de Jesús, le daba gracias; y éste era un samaritano. Tomó la palabra Jesús y dijo: ¿No quedaron limpios los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios sino este extranjero? Y le dijo: Levántate y vete; tu fe te ha salvado.
3.- Qué dice el texto.
Meditación-reflexión
En este evangelio nos llama poderosamente la atención el hecho de que sea precisamente el samaritano, el que vive al margen de la ley judía, el único que venga a dar gracias al Señor. Los nueve leprosos judíos se limitan a ir a los sacerdotes, como mandaba la ley (Lev. 13,39). En cambio el samaritano se deja conducir por la ley natural, la que le dicta el corazón, es decir, la ley del agradecimiento. La consecuencia es clara: la religión mal entendida puede llegar a deshumanizarnos. No olvidemos que Jesús se hizo Hombre. Dios elevó, potenció y enriqueció todo lo humano. Es el hombre el camino normal para ir a Dios. Cuando esto no lo tenemos en cuenta, puede ocurrir que las leyes endurezcan el corazón. Hay personas religiosas que son muy violentas, muy criticonas, con cara de pocos amigos, con muy mal genio. Y nos preguntamos: ¿Y todos esos acaban de comulgar? ¿Acaban de comer el pan de la bondad? Jesús pregunta: Y esos otros nueve, ¿dónde están? ¿Dónde están esos cristianos auténticos que han hecho del amor a Dios y el amor al hermano un solo precepto? ¿Es posible que los no cristianos nos den lecciones? ¿Qué hemos hecho del testamento de Jesús que nos manda amarnos como Él nos ha amado?
Palabra del Papa
En los evangelios, algunos reciben la gracia y se van: de los diez leprosos curados por Jesús, solo uno volvió a darle las gracias. Incluso el ciego de Jericó encuentra al Señor mediante la sanación y alaba a Dios. Pero debemos orar con el “valor de la fe”, impulsándonos a pedir también aquello que la oración no se atreve a esperar: es decir, a Dios mismo: Pedimos una gracia, pero no nos atrevemos a decir: ‘Ven Tú a traerla’. Sabemos que una gracia siempre es traída por Él: es Él que viene y nos la da. No demos la mala impresión de tomar la gracia y no reconocer a Aquel que nos la porta, Aquel que nos la da: el Señor. Que el Señor nos conceda la gracia de que Él se dé a nosotros, siempre, en cada gracia. Y que nosotros lo reconozcamos, y que lo alabemos como aquellos enfermos sanados del evangelio. Debido a que, con aquella gracia, hemos encontrado al Señor. (Cf. S.S. Francisco, 10 de octubre de 2013, homilía en Santa Marta).
4.- Qué me dice hoy a mí este texto? (Silencio)
5.- Propósito: Hoy trataré de ver a Dios en el rostro de mi hermano.
6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.
Señor, hoy he aprendido a darte gracias a Ti, Señor. Y quiero darte gracias no porque me lo imponga ninguna ley externa sino por la ley del corazón, porque me sale de dentro, porque disfruto agradeciéndote tantas gracias, tantos favores, que me has dado a lo largo de mi vida. Más que darte gracias, quisiera hacer de mi vida “una acción de gracias permanente para Ti”
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