El Magníficat
de la esperanza
de la esperanza
Tema del año 2017 "El Señor hizo en mi maravillas"
El santuario de Lourdes propone a los peregrinos de este año 2017 seguir el camino abierto por la 25ª Jornada Mundial del Enfermo, celebrada de manera extraordianria en Lourdes en el aniversario de su primera celebración, el 11 de febrero de 1993.
Estamos invitados a fijar la mirada de María en el sufrimiento. Desde los primeros momentos del anuncio del Evanagelio, en Caná, ella presenta a Jesús las necesidades de los hombres y muestra a los hombres el camino de Jesús (1). A lo largo del ministerio de Jesús, ella lo acompaña con su fe, manifestada al pie de la cruz con el ofrecimiento de su presencia: allí recibe al discípulo como hijo suyo (Jn 19, 26). La hora de Jesús es también la hora de la mujer (Jn 16, 21). Con ella, todo sufrimiento se convierte en dolor de alumbramiento. Ella es «la madre» que recibe y transmite el don de amor de Jesús crucificado.
Ella es la que se deja ver por Bernardita en el hueco oscuro de una roca pirenaica. Bernardita se encuentra ante un camino sin salida. Puede ver frente a ella «una auténtica mina de leña y de huesos» , precisamente lo que ha ido a buscar, pero también eso le resulta inaccesible a causa del agua fría del canal.
Ese momento resume toda su existencia, condenada al fracaso por la enfermedad, las malas cosechas, la mala administrción y por la imposibilidad de ir a la escuela y al catecismo. Alos 14 años es una marginada, en la periferia de Lourdes. Hubiera podido desaparecer de Lourdes sin que nadie se preocupara... Pero alguien la vió en el fondo de su agujero. Una joven «tan joven y tan pequeña como yo», dirá ella. Alguien que se le parece, que igual que ella, era insignificante a los ojos de los hombres, pero que Dios supo ver, al fondo de la gruta de Nazaret. «Dios no ve como los hombres, que ven las apariencias; el Señor ve el corazon.» (1 Sm 16, 7)
Estamos invitados a fijar la mirada de María en el sufrimiento. Desde los primeros momentos del anuncio del Evanagelio, en Caná, ella presenta a Jesús las necesidades de los hombres y muestra a los hombres el camino de Jesús (1). A lo largo del ministerio de Jesús, ella lo acompaña con su fe, manifestada al pie de la cruz con el ofrecimiento de su presencia: allí recibe al discípulo como hijo suyo (Jn 19, 26). La hora de Jesús es también la hora de la mujer (Jn 16, 21). Con ella, todo sufrimiento se convierte en dolor de alumbramiento. Ella es «la madre» que recibe y transmite el don de amor de Jesús crucificado.
Ella es la que se deja ver por Bernardita en el hueco oscuro de una roca pirenaica. Bernardita se encuentra ante un camino sin salida. Puede ver frente a ella «una auténtica mina de leña y de huesos» , precisamente lo que ha ido a buscar, pero también eso le resulta inaccesible a causa del agua fría del canal.
Ese momento resume toda su existencia, condenada al fracaso por la enfermedad, las malas cosechas, la mala administrción y por la imposibilidad de ir a la escuela y al catecismo. Alos 14 años es una marginada, en la periferia de Lourdes. Hubiera podido desaparecer de Lourdes sin que nadie se preocupara... Pero alguien la vió en el fondo de su agujero. Una joven «tan joven y tan pequeña como yo», dirá ella. Alguien que se le parece, que igual que ella, era insignificante a los ojos de los hombres, pero que Dios supo ver, al fondo de la gruta de Nazaret. «Dios no ve como los hombres, que ven las apariencias; el Señor ve el corazon.» (1 Sm 16, 7)
(1) Podemos repasar el comentario del Evangelio de Caná en la encíclica Redemptoris Mater del Papa Juan Pablo II (25 demarzo de 1987) nº 21 : María se pone entre su Hijo y los hombres en la realidad de sus privaciones, indigencias y sufrimientos. Se pone « en medio », o sea hace de mediadora no como una persona extraña, sino en su papel de madre. Otro elemento esencial de esta función materna de María se encuentra en las palabras dirigidas a los criados: « Haced lo que él os diga ». La Madre de Cristo se presenta ante los hombres como portavoz de la voluntad del Hijo.
Con su mirada y su sonrisa, María comparte con Bernardita la alegría del Magníficat, la fecundiddad de una vida visitada por Dios. María comparte con la Iglesiala alegría de oir de nuevo «un ruido como una ráfaga de viento», el soplo de Pentecostés, el soplo de los comienzos. «Me miraba como una persona que habla con otra persona». Existo por alguien. La misma alegría de la Santísima Trinidad, de las Personas divinas que existen una para la otra.
«Me has escogido portentosamente, son admirables tus obras...» Sl 138,«Tú me has tejido en el seno materno». Sl 138, 13
«No me rechaces ahora en la vejez». Sl 70, 9
«Lo que hicísteis con uno de mis humildes hermanos, conmigo o hicísteis». Mt 25, 40
En Lourdes especialmente, como a lo largo de todo el Evangelio y de la historia de la Iglesia, se nos revelan el rostro y la presencia de los pequeños. Cuado María dice, por fin, su nombre a Bernardita, se llama La Inmaculada Concepción, la llena de luz, de una claridad que no le pertenece, sino que le viene dada de lo alto, del corazon mismo del Dios amor. Yo soy la que no pone trabas al amor, hasta el punto que puede encontrarse a gusto conmigo, que puede hacerse carne en mi. María dijo su nombre el 25 de marzo, el día de la concepción de Jesús en el hueco de su vientre de mujer. No está sola en la Gruta.
Una ecografía espiritual nos permite entrar en comunión con la presencia de Jesús en su vientre. María nos invta a desprendernos de la apariencia para descubrir en el secretro de los corazones la omnipotencia del amor que se entrega. Nos invita, también, a raspar el grueso caparazón de nuestro orgullo y de nuestros miedos, para dejar que brote la fuente y rendirnos ante el pequeño que nos da vida y nos introduce en el Reino.
A Lourdes han venido los pobres, los cuerpos enfermos y los corazones endurecidos, a sumergirse en el baño de la misericordia.
María Salus Infirmorum
María Refugium peccatorum
María Consolatrix afflictorum
En María Inmaculada el Señor nos muestra la creatura librada perfectamente de la enfermedad del pecado, capaz de abrir un camino de gracia a Bernardita, marcada por toda clase de dicapacidades. Lourdes se convierte en un lugar de curación de las personas enfermas, un lugar de curación de los corazones endurecidos por el pecado, un lugar de esperanza y de renovación de una vida llamada a comunicarse.
«Bendito sea Dios, Padre de Nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordia y Dios del consuelo. Él nos alienta en nuestras luchas hasta el punto de poder nosotros alentar a los demás en cualqier lucha.» (2 Co 1,3-4).
Con María recibimos el Soplo del Espíritu Consolador.
María del Magníficat da gracias por el don de la vida que nace en su vientre, es Dios mismo el que se compromete en ese pequeño: «Se alegra mi espíritu en Dios mi salvador» (mi Jesús). Desde el vientre de la madre hasta la edad de las canas, la vida es una maravilla, un don de Dios.
En todo el Evangelio y en la historia de la Iglesia, el Señor actúa curando a los enfermos. Y les manifiesta de manera especial su ternura por medio del rostro de María, la madre que da a luz y abre siempre un camino hasta llegar al pie de la cruz, donde resume, en ella, toda la fe de la Iglesia. Ella es «salus infirmorum», salud de los enfermos, es la que acoge y transmite el don de Dios, el don de la vida. Testimonio especial de ésto son las curaciones de Lourdes desde la época de las apariciones.
En Lourdes igualmente, María, «refugium peccatorum», pide rezar «por los pecadores», hacer penitencia, comer hierba, rebajarse a ese nivel animal, al que ha llegado el pecador . Pero en medio de la suciedad y del barro, brota una fuente escondida, la fuente del bautismo que el Señor nunca ha negado y que hace brotar de nuevo: fuente del perdón y de la misericordia. Lourdes es este «oasis de misericordia», en el que debe convertirse todo lugar de la Iglesia, lugar de curación de los corazones por el poder del perdón. La penitencia es la expresión de esta solidaridad en el camino de la renovación del espíritu y del corazón.
Finalmente María, «consolatrix afflictorum», se nos ofrece como el mejor fruto del Espíritu Santo, la comunicante privilegiada del Paráclito, del Consolador.
Ella ilumina el camino de los Apóstoles, llamados a comunicar este poder de consuelo, que ellos han experimentado y a ser también ellos consoladores. Se unen a los que lloran por las desgracias de la creación, que Dios quiso muy bella y que no reconoció el momento de su venida. (Lc 19, 44) Pero ese llanto expresa los dolores de un parto que dura todavía. El peregrino del Consuelo se convierte en portador de una vida nueva, como dice San Pablo. (2 Co 1, 3-4).
Lourdes es el único lugar del mundo en el que se muestra como en una «exposición» a los más miserables, los pacientes que habitualmente se ocultan, a los que no se quiere ver, porque muestran nuestra fragilidad y nuestras debilidades y discapacidad... Pero aquí esas heridas se convierten en puertas de luz, por la gracia de una mirada que no juzga y que ama. El fruto de nuestra experiencia de peregrinación podría ser una renovación de la mirada que aprende a amar y a dar vida. Las Bernarditas de hoy nos transmiten el reflejo de la sonrida de María: los más pobres, los más frágiles nos hacen ver como «natural» la vida del Dios de Jesucristo.
Propondríamos de buena gana repasar los capítulos 8 y 9 del Evangelio de San Mateo. Jesús baja de la montaña donde ha proclamado la nueva ley, no una ley distinta de la ley de Moisés, sino esa misma ley llevada a su plenitud por el don de su amor y el soplo de su Espíritu. Jesús, entonces, cura a los enfermos, para ofrecer al pueblo al pueblo el gusto del mejor vino, dar la alegría del perdón, que hace posible al publicano Mateo curarse de la peor de las enfermedades, la del dinero: Jesús le dijo: «Sígueme». El hombre se levantó y lo siguió. «No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Andad, aprended lo que significa, misericordia quiero y no sacrificios: que no he venido a llamar a los juestos, sino a los pecadores.» (Mt 9, 12-13)
Con María y Bernardita, damos gracias por el lugar y el tiempo de la Misericordia. Nuestros cuerpos y nuestros corazones están dispuestos para la obra de Dios, obra de curación y de perdón, que se nos confía para que la anunciemos y difundamos.
Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, anunciando el Evangelio del Reino y curando todas las enfermedades y todas las dolencias. Al ver a las gentes se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos: «La mies es abundanate, pero los trabajadores son pocos. Rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies.» (Mt 9, 35-38)
«No me rechaces ahora en la vejez». Sl 70, 9
«Lo que hicísteis con uno de mis humildes hermanos, conmigo o hicísteis». Mt 25, 40
En Lourdes especialmente, como a lo largo de todo el Evangelio y de la historia de la Iglesia, se nos revelan el rostro y la presencia de los pequeños. Cuado María dice, por fin, su nombre a Bernardita, se llama La Inmaculada Concepción, la llena de luz, de una claridad que no le pertenece, sino que le viene dada de lo alto, del corazon mismo del Dios amor. Yo soy la que no pone trabas al amor, hasta el punto que puede encontrarse a gusto conmigo, que puede hacerse carne en mi. María dijo su nombre el 25 de marzo, el día de la concepción de Jesús en el hueco de su vientre de mujer. No está sola en la Gruta.
Una ecografía espiritual nos permite entrar en comunión con la presencia de Jesús en su vientre. María nos invta a desprendernos de la apariencia para descubrir en el secretro de los corazones la omnipotencia del amor que se entrega. Nos invita, también, a raspar el grueso caparazón de nuestro orgullo y de nuestros miedos, para dejar que brote la fuente y rendirnos ante el pequeño que nos da vida y nos introduce en el Reino.
A Lourdes han venido los pobres, los cuerpos enfermos y los corazones endurecidos, a sumergirse en el baño de la misericordia.
María Salus Infirmorum
María Refugium peccatorum
María Consolatrix afflictorum
En María Inmaculada el Señor nos muestra la creatura librada perfectamente de la enfermedad del pecado, capaz de abrir un camino de gracia a Bernardita, marcada por toda clase de dicapacidades. Lourdes se convierte en un lugar de curación de las personas enfermas, un lugar de curación de los corazones endurecidos por el pecado, un lugar de esperanza y de renovación de una vida llamada a comunicarse.
«Bendito sea Dios, Padre de Nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordia y Dios del consuelo. Él nos alienta en nuestras luchas hasta el punto de poder nosotros alentar a los demás en cualqier lucha.» (2 Co 1,3-4).
Con María recibimos el Soplo del Espíritu Consolador.
María del Magníficat da gracias por el don de la vida que nace en su vientre, es Dios mismo el que se compromete en ese pequeño: «Se alegra mi espíritu en Dios mi salvador» (mi Jesús). Desde el vientre de la madre hasta la edad de las canas, la vida es una maravilla, un don de Dios.
En todo el Evangelio y en la historia de la Iglesia, el Señor actúa curando a los enfermos. Y les manifiesta de manera especial su ternura por medio del rostro de María, la madre que da a luz y abre siempre un camino hasta llegar al pie de la cruz, donde resume, en ella, toda la fe de la Iglesia. Ella es «salus infirmorum», salud de los enfermos, es la que acoge y transmite el don de Dios, el don de la vida. Testimonio especial de ésto son las curaciones de Lourdes desde la época de las apariciones.
En Lourdes igualmente, María, «refugium peccatorum», pide rezar «por los pecadores», hacer penitencia, comer hierba, rebajarse a ese nivel animal, al que ha llegado el pecador . Pero en medio de la suciedad y del barro, brota una fuente escondida, la fuente del bautismo que el Señor nunca ha negado y que hace brotar de nuevo: fuente del perdón y de la misericordia. Lourdes es este «oasis de misericordia», en el que debe convertirse todo lugar de la Iglesia, lugar de curación de los corazones por el poder del perdón. La penitencia es la expresión de esta solidaridad en el camino de la renovación del espíritu y del corazón.
Finalmente María, «consolatrix afflictorum», se nos ofrece como el mejor fruto del Espíritu Santo, la comunicante privilegiada del Paráclito, del Consolador.
Ella ilumina el camino de los Apóstoles, llamados a comunicar este poder de consuelo, que ellos han experimentado y a ser también ellos consoladores. Se unen a los que lloran por las desgracias de la creación, que Dios quiso muy bella y que no reconoció el momento de su venida. (Lc 19, 44) Pero ese llanto expresa los dolores de un parto que dura todavía. El peregrino del Consuelo se convierte en portador de una vida nueva, como dice San Pablo. (2 Co 1, 3-4).
Lourdes es el único lugar del mundo en el que se muestra como en una «exposición» a los más miserables, los pacientes que habitualmente se ocultan, a los que no se quiere ver, porque muestran nuestra fragilidad y nuestras debilidades y discapacidad... Pero aquí esas heridas se convierten en puertas de luz, por la gracia de una mirada que no juzga y que ama. El fruto de nuestra experiencia de peregrinación podría ser una renovación de la mirada que aprende a amar y a dar vida. Las Bernarditas de hoy nos transmiten el reflejo de la sonrida de María: los más pobres, los más frágiles nos hacen ver como «natural» la vida del Dios de Jesucristo.
Propondríamos de buena gana repasar los capítulos 8 y 9 del Evangelio de San Mateo. Jesús baja de la montaña donde ha proclamado la nueva ley, no una ley distinta de la ley de Moisés, sino esa misma ley llevada a su plenitud por el don de su amor y el soplo de su Espíritu. Jesús, entonces, cura a los enfermos, para ofrecer al pueblo al pueblo el gusto del mejor vino, dar la alegría del perdón, que hace posible al publicano Mateo curarse de la peor de las enfermedades, la del dinero: Jesús le dijo: «Sígueme». El hombre se levantó y lo siguió. «No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Andad, aprended lo que significa, misericordia quiero y no sacrificios: que no he venido a llamar a los juestos, sino a los pecadores.» (Mt 9, 12-13)
Con María y Bernardita, damos gracias por el lugar y el tiempo de la Misericordia. Nuestros cuerpos y nuestros corazones están dispuestos para la obra de Dios, obra de curación y de perdón, que se nos confía para que la anunciemos y difundamos.
Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, anunciando el Evangelio del Reino y curando todas las enfermedades y todas las dolencias. Al ver a las gentes se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos: «La mies es abundanate, pero los trabajadores son pocos. Rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies.» (Mt 9, 35-38)
Camino del Magnificat, de la curación, del perdón y de la misión
• El hombre se fija en las apariencias, Dios mira al corazón.
¿Qué « maravillas podría yo descubrir en mi propia vida, en mi histora, alrededor de mí, si abriera los ojos de mi corazón?
• ¿Dónde están para mi las Bernarditas de hoy día?
¿De qué manera estoy presente junto a los más débiles y los más pequeños?
¿Cómo mirar al niño que va a nacer, o a la persona que se está muriendo?
• María, salud de los enfermos
Salud del cuerpo, salud del corazón,… ¿Qué significa, pues, tener buena salud?
¿Tendría que encomendar peticiones de curación?
• María, refugio de los pecadores
¿Qué complicidades con la violencia, con la muerte puedo identificar dentro de mí?
¿Qué camino de perdón querría encontrar abierto?
¿A qué gesto de penitencia, de vuelta a la fuente, me sentiría invitado?
• María, consuelo de los afligidos
¿Sé recibir el consuelo que se me ofrece cuando las cosas no van bien?¿Qué alegría de renovación se me propone?
• «¿El milagro de Lourdes es un corazón que se transforma?
¿Qué consuelo, qué fuente de renovación estoy llamado a compartir?
¿Qué misión me está confiada actualmente?
¿Qué « maravillas podría yo descubrir en mi propia vida, en mi histora, alrededor de mí, si abriera los ojos de mi corazón?
• ¿Dónde están para mi las Bernarditas de hoy día?
¿De qué manera estoy presente junto a los más débiles y los más pequeños?
¿Cómo mirar al niño que va a nacer, o a la persona que se está muriendo?
• María, salud de los enfermos
Salud del cuerpo, salud del corazón,… ¿Qué significa, pues, tener buena salud?
¿Tendría que encomendar peticiones de curación?
• María, refugio de los pecadores
¿Qué complicidades con la violencia, con la muerte puedo identificar dentro de mí?
¿Qué camino de perdón querría encontrar abierto?
¿A qué gesto de penitencia, de vuelta a la fuente, me sentiría invitado?
• María, consuelo de los afligidos
¿Sé recibir el consuelo que se me ofrece cuando las cosas no van bien?¿Qué alegría de renovación se me propone?
• «¿El milagro de Lourdes es un corazón que se transforma?
¿Qué consuelo, qué fuente de renovación estoy llamado a compartir?
¿Qué misión me está confiada actualmente?
«Es normal, por lo tanto, que María, Madre y modelo de la Iglesia, sea invocada y venerada como "Salus infirmorum", "Salud de los enfermos". Como primera y perfecta discípula de su Hijo, siempre ha mostrado, acompañando el camino de la Iglesia, una especial solicitud por los que sufren. En la conmemoración de las apariciones en Lourdes, lugar elegido por María para manifestar su solicitud materna con los enfermos, la liturgia se hace eco oportunamente del Magníficat, que no es el cántico de aquellos a quienes les sonríe la suerte, de los que siempre van "viento en popa"; es más bien la gratitud de quien conoce los dramas de la vida, pero confía en la obra redentora de Dios… Como María, la Iglessia es portadora, a lo largo de la historia, de los dramas humanos y del consuelo divino... Aceptado y ofrecido, compartido sincera y gratuitamente, el sufrimiento se convierte en um milagro del amor...»
Benedicto XVI, 11 de febrero de 2010
El Magnificat es el cántico de la esperanza, el cántico del Pueblo de Dios que camina en la historia. La Iglesia también lo canta y lo canta en todo el mundo. Este cántico es especialmente intenso allí donde el Cuerpo de Cristo sufre hoy la Pasión. Donde está la cruz, para nosotros los cristianos siempre hay esperanza. Si no hay esperanza, no somos cristianos. Por eso me gusta decir: no os dejéis robar la esperanza. Que no os roben la esperanza, porque esta fuerza es una gracia, un don de Dios que nos hace avanzar mirando al cielo. Y María está siempre allí, cerca de esas comunidades, de esos hermanos nuestros, camina con ellos, sufre con ellos, y canta con ellos el Magnificat de la esperanza. Papa Francisco, Homilía 15 de agosto 2013
Benedicto XVI, 11 de febrero de 2010
El Magnificat es el cántico de la esperanza, el cántico del Pueblo de Dios que camina en la historia. La Iglesia también lo canta y lo canta en todo el mundo. Este cántico es especialmente intenso allí donde el Cuerpo de Cristo sufre hoy la Pasión. Donde está la cruz, para nosotros los cristianos siempre hay esperanza. Si no hay esperanza, no somos cristianos. Por eso me gusta decir: no os dejéis robar la esperanza. Que no os roben la esperanza, porque esta fuerza es una gracia, un don de Dios que nos hace avanzar mirando al cielo. Y María está siempre allí, cerca de esas comunidades, de esos hermanos nuestros, camina con ellos, sufre con ellos, y canta con ellos el Magnificat de la esperanza. Papa Francisco, Homilía 15 de agosto 2013