5. El regreso de Lourdes
Un camino de esperanza
La peregrinación es un tiempo
de gracia. Por eso, en Lourdes, la relación con Dios y con los demás es más fácil, más natural y
evidente.
La
vuelta a casa es un tiempo de culminación de lo vivido en Lourdes. A partir de
ahí, es un viaje de esperanza. A menudo comienza con un relato, una
conversación, un testimonio. Pero esto dura poco tiempo, a menudo muy poco.
¿Por qué? Porque perdemos el hilo de la gracia. O, más exactamente, nos imaginamos ingenuamente que la gracia
de Lourdes se ha quedado
en Lourdes y no en nuestros
corazones.
Tal pensamiento es falso. La gracia nos ha sido dada, no sólo para que permanezca en nosotros, sino y
sobre todo para que con nosotros y a través de nosotros dé fruto.
Por
eso debemos cuidar cada día la gracia que hemos recibido en Lourdes, teniéndola
muy presente en nuestro
corazón y haciendo
todo lo que esté en nuestras manos para favorecer
su crecimiento, de modo que, cuando llegue el momento, dé frutos para la
vida eterna.
Para ello,
¿qué debemos hacer?
Vivir en casa,
como vivimos en Lourdes. Retomemos, punto por punto, lo
que se hizo en Lourdes y lo aplicamos a nuestra vida diaria, tal como es.
Hemos ido a la Gruta
En nuestra
vida diaria, podemos
mantener de un modo u otro una presencia material
de la Gruta de Lourdes:
- Como fondo
de una de nuestras pantallas
- Como postal en un lugar concreto
de nuestra casa
- Pero también
como un llavero que mantiene
unidas las llaves
que utilizamos...
Cada
uno de nosotros debe encontrar un momento, un lugar, una manera de encontrar a
la Santísima Virgen para recordar constantemente que es en nuestro corazón
donde tenemos una cita diaria con la Virgen Inmaculada.
Hemos bebido y nos hemos lavado con el agua de la Gruta
Por
supuesto, podemos volver a casa con un bidoncito que contenga el agua que la
Señora de la Gruta indicó a la pequeña Bernardita. Y podemos compartir esta
agua con los demás, cuando realizamos una oración
familiar, o llevarla
a los enfermos que no pueden ir a Lourdes,
y realizar este gesto con quienes
lo hacen.
Podemos recordar
que el agua de la Gruta fue para nosotros
un signo de nuestra sed de beber
la palabra de Dios, un signo de la purificación que queremos pedir a
Jesús.
Todo esto nos pone en comunión
con millones de personas de todo el mundo que nunca vendrán a Lourdes, pero que viven de la
gracia que reciben de la Inmaculada y la expresan fervorosamente realizando el
gesto del agua.
Hemos encendido
velas
Este
gesto también puede tener un lugar importante en nuestra vida diaria. Como Bernardita,
cuando rezamos, podemos
encender una vela. En momentos
especiales podemos encender
una velita delante de un icono, una estampa o un crucifijo.
Este gesto nos recuerda nuestro
bautismo, nos recuerda
la presencia en medio de nosotros de Jesús, que es la Luz del mundo (Jn
8,12), y nos señala nuestro destino final, cuando veremos a nuestro Salvador
tal como es porque nos hemos hecho semejantes a él (1 Jn 3,2).
Hemos rezado el rosario con más personas
Es importante tener consigo ese objeto sencillo
que llamamos rosario,
porque verlo nos ayuda a escuchar la llamada a la oración que
nos susurra como una madre la Virgen Inmaculada.
Tener un rosario
consigo significa que podemos utilizarlo dondequiera que estemos.
De hecho, Bernardita nos dice
que:
A la Santísima Virgen le gusta mucho que se rece el rosario.
Después de una peregrinación a Lourdes, muchas personas participan (en directo o en diferido6) en la
meditación diaria del rosario en la Gruta de Massabielle. Muchos entran también
en una iglesia para rezar el rosario con otras personas. Otros más descubren o
vuelven a descubrir el rezo del rosario en pareja, en familia o con amigos.
Hemos tenido en cuenta
a los demás, sonriéndoles, escuchándoles y ayudándolos.
Cualquiera que sea nuestra condición, de un modo u otro encontramos en nuestra vida cotidiana
lo que hemos visto en Lourdes, y desde lo más profundo
de nuestro corazón
comprendemos que a partir de
ahora nuestro comportamiento se ha vuelto algo diferente.
Ante el sufrimiento, la enfermedad, la angustia y toda clase
de aflicciones, comprendemos que si nos sentimos
impotentes e incluso abrumados por el sufrimiento de los demás,
aún podemos
hacer algo. ¿Qué podemos hacer?
Podemos dirigirnos con confianza a nuestra
Madre celestial, la Virgen Inmaculada, que nos ayudará a poner delicadamente
bálsamo
donde hay sufrimiento, a hacernos presentes donde hay soledad,
a telefonear para dar noticias y dar confianza y
esperanza, para ofrecer una sonrisa
para invitar a volverse juntos con María hacia su Hijo.
Hemos participado en las procesiones
En
Lourdes, no sólo se celebran procesiones todos los días, sino que también son
el medio de locomoción del Pueblo
de Dios. Cada día, los grupos se desplazan así, tranquilamente, meditando, estando cada uno donde debe
estar y haciendo lo que debe hacer. Todos juntos, llegan al lugar al que se
dirigen para un momento de oración, un momento de adoración o la celebración de
la misa, tranquilos y, por tanto, preparados.
En los
momentos de ocio, una familia se desplaza como puede, sin prestar atención. La
misma familia que camina hacia la iglesia para la misa dominical puede vivir este paseo, por breve que sea, como un tiempo de procesión. Así
vivió Bernardita su procesión a la Gruta: en oración y meditación, preparándose
para el encuentro con la Señora.
Entramos en oración para encontrarnos sacramentalmente con Cristo
La lectura y la meditación de la Palabra
de Dios, los tiempos de silencio y la escucha
de la voz de Cristo forman parte de la peregrinación a Lourdes, porque son la esencia misma de la vida de un
creyente, de todo bautizado, de todo discípulo de Cristo Jesús.
La Virgen Inmaculada es nuestra Madre. Debemos mirarla
y escucharla para imitarla en la
verdad y la belleza de su relación con su Hijo Jesucristo.
Esa relación, puesto que es vital en el sentido
de que es nuestra vida la que está en juego, esa relación, entendemos, es a cada
momento.
La peregrinación se nos ofrece para que encontremos a Cristo y lo acojamos
allí donde está: en
nuestra propia vida, tal como es.
Para algunos, realizar una peregrinación que tiene lugar
en un santuario concreto forma parte de la vida cristiana habitual, mientras
que para otros les permite formar parte de la vida de la comunidad cristiana.
Tanto para unos como para otros, el santuario ofrece un momento
especial, una oportunidad para empezar de nuevo, un verdadero comienzo7.
7 Lourdes,
las palabras de María, del P. Régis-Marie de la Teyssonnière