Durante ese Año santo, el Santuario de Lourdes, lugar jubilar, invitará a todos a vivir la peregrinación de la Misericordia.
El papa Francisco ha anunciado, el pasado mes de marzo, un jubileo extraordinario de la Misericordia que tendrá lugar del 8 de diciembre de 2015 al 20 de noviembre del 2016: “La misericordia es la palabra que sintetiza el Evangelio, podríamos decir que es el “rostro” de Cristo, el rostro que mostraba cuando salía al encuentro de todos y sobre todo cuando, clavado en la cruz, perdonó: ahí tenemos el rostro de la misericordia divina. El Señor los llama a ser «canales» de este amor en primer lugar con los últimos, con los más pobres, que son los privilegiados ante sus ojos. Déjense interpelar continuamente por las situaciones de fragilidad y de pobreza con las que entren en contacto, y traten de ofrecer de manera adecuada el testimonio de caridad que el Espíritu va infundiendo en sus corazones (Cf. Rm 5,5).
El comienzo del Año jubilar está siempre marcado solemnemente por la apertura de la Puerta Santa, por el Papa, en la Basílica de San Pedro en el Vaticano. Pero en este Jubileo de la Misericordia, el Papa Francisco ha deseado igualmente que haya en cada diócesis una Puerta de la Misericordia, de tal manera que, en todo el mundo, todos puedan vivir ese paso jubilar. En Lourdes, esta Puerta se encuentra a la entrada del Santuario, en la puerta de San Miguel.
Historia
La tradición de una puerta santa con ocasión de un jubileo se remonta al siglo XV: según la descripción realizada en 1450 por un tal Giovanni Rucellai de Viterbo, fue el Papa Martín V quien, en 1423, abrió por primera vez en la historia la Puerta Santa de la Basílica de San Juan de Letrán. Sus sucesores, en particular el Papa Alejandro VI en 1499, mantuvieron esta tradición y la extendieron a las cuatro basílicas mayores, es decir, además de San Juan de Letrán, las basílicas de San Pedro en el Vaticano, Santa María la Mayor y San Pablo Extramuros.
Antes del jubileo del año 2000, era costumbre que el soberano pontífice abriera la Puerta Santa de la basílica de San Pedro, después delegaba ese poder a un cardenal para la apertura de las puertas en las otras tres basílicas. El Papa Juan Pablo II rompió con esa tradición procediendo él mismo a la apertura y el cierre de cada una de esas puertas. La de la basílica de San Pedro siempre ha sido la primera que se abre y la última que se cierra.
Simbolismo
En 1975, el ritual de la apertura y cierre de la Puerta Santa fue cambiado para poner de relieve el símbolo de la puerta. En cierto modo, hasta 1975, el rito ponía el acento en el muro que impedía el acceso a la Puerta Santa en tiempo normal. El rito de apertura consistía, pues, en derribar el muro, lo que subrayaba más intensamente el lado excepcional y jubilar. Así, el simbolismo vinculado al rito utilizaba herramientas de albañilería: el martillo para tirar la pared, la paleta para construir, los ladrillos con inscripciones y las marcas del pontificado, agua bendita para bendecir las piedras y los ladrillos, monedas con la efigie del Soberano Pontífice para permitir la datación de la construcción del muro de la Puerta Santa. La puerta en sí no estaba decorada y consistía tan solo en dos batientes de madera no trabajados.
En Navidad de 1975, el rito del cierre de la Puerta Santa fue modificado. El Papa no utilizó la paleta y los ladrillos para comenzar la reconstrucción, sino que cerró simplemente los batientes de una puerta de bronce. Aunque el muro que encerraba la puerta del exterior fue reconstruido en el interior de la basílica un poco después, el simbolismo evolucionaba para poner el acento, en adelante, en la puerta y no en la pared.
Una puerta, en la vida diaria, tiene varias funciones, todas adoptadas por el símbolo de la Puerta Santa: marca la separación entre el interior y el exterior, entre el pecado y el orden de la gracia (Mi 7,18-19);
permite entrar en un nuevo lugar, en la revelación de la Misericordia y no de la condenación (Mt 9,13);
asegura una protección, da la salvación (Jn 10,7).
permite entrar en un nuevo lugar, en la revelación de la Misericordia y no de la condenación (Mt 9,13);
asegura una protección, da la salvación (Jn 10,7).
Jesús dijo: “Yo soy la puerta” (Jn 10, 7). Efectivamente, tan solo hay una puerta que abre de par en par la entrada en la vida de comunión con Dios, y esta puerta es Jesús, camino único y absoluto de salvación. Solo se le puede aplicar a Él las palabras del salmista: “Ésta es la puerta del Señor: los justos entran por ella” (Sal. 117, 20).
La Puerta Santa recuerda la responsabilidad que tienen todos los creyentes de cruzar el umbral:
Es una decisión que supone la libertad de elegir y, al mismo tiempo, el valor de abandonar algo, de dejar algo tras de sí. (cf. Mt 13, 44-46)
Pasar por esa puerta significa profesar que Jesucristo es el Señor, afirmando nuestra fe en Él, para vivir la vida nueva que nos ha dado. Es lo que el Papa Juan Pablo II había anunciado al mundo el día mismo de su elección: “¡Abrid de par en par las puertas a Cristo!”
Es una decisión que supone la libertad de elegir y, al mismo tiempo, el valor de abandonar algo, de dejar algo tras de sí. (cf. Mt 13, 44-46)
Pasar por esa puerta significa profesar que Jesucristo es el Señor, afirmando nuestra fe en Él, para vivir la vida nueva que nos ha dado. Es lo que el Papa Juan Pablo II había anunciado al mundo el día mismo de su elección: “¡Abrid de par en par las puertas a Cristo!”
El Misterio de la Cruz
croixAl principio del relato bíblico, Adán y Eva son expulsados por su culpa del jardín del Edén y el Señor Dios “puso al oriente del jardín del Edén ángeles armados de una espada de fuego, para custodiar el acceso al árbol de la vida” (Gn 3,24). Al contrario, al final del último libro bíblico se dice que, en adelante, en la Jerusalén celeste “sus puertas no se cerrarán durante el día y no existirá la noche en ella” (Ap. 21, 25). Entre esos dos momentos de la historia humana y del relato bíblico, entre el cierre de las puertas del paraíso terrenal y la apertura permanente de las puertas de la Nueva Jerusalén, se encuentra Jesucristo que viene a traer a los hombres la Redención. (Dives in Misericordia, §7)
Efectivamente, “Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único” (Jn 3,16). Así, en vez de condenar al hombre, Dios viene hasta él de manera incansable. Había dicho, como lo atestigua el libro del Génesis, que “aquello era bueno” (Gn 1, 18-25). Dios no se niega a sí mismo: a pesar del pecado de los hombres, envía a su Hijo para “devolver a la descendencia de Adán la semejanza divina, deformada por el primer pecado” (Gaudium et Spes 22,2), para que el mundo recupere su bondad.
Como lo dice san Juan Pablo II en su primera encíclica Redemptor Hominis, §9, en la Cruz es donde:
El Dios de la creación se revela como Dios de la redención, como Dios que “es fiel a sí mismo”(1 Ts 5, 24), fiel a su amor al hombre y al mundo, ya revelado el día de la creación. El suyo es amor que no retrocede ante nada de lo que exige su justicia. Y por esto al Hijo «a quien no conoció el pecado le hizo pecado por nosotros para que en Él fuéramos justicia de Dios»(2 Co 5, 21; cf Ga 3, 13). Si «trató como pecado» a Aquel que estaba absolutamente sin pecado alguno, lo hizo para revelar el amor que es siempre más grande que todo lo creado, el amor que es Él mismo, porque «Dios es amor» (1 Jn 4, 8.16). Y sobre todo el amor es más grande que el pecado, que la debilidad, que la «vanidad de la creación» (Rom 8, 20), más fuerte que la muerte; es amor siempre dispuesto a aliviar y a perdonar, siempre dispuesto a ir al encuentro con el hijo pródigo,(Lc 15, 11-32), siempre a la búsqueda de la «manifestación de los hijos de Dios»,(Rom 8, 19). que están llamados a la gloria (cf. Rom 8, 18). Esta revelación del amor es definida también como misericordia, (Cf. Santo Tomás, Summa Theol. III, q. 46, a. l ad 3), y tal revelación del amor y de la misericordia tiene en la historia del hombre un rostro y un nombre: se llama Jesucristo.
Es pues por su muerte y resurrección como Jesús levanta al hombre del pecado. Manifiesta entonces “plenamente el hombre a sí mismo y le descubre su sublime vocación” (Gaudium et Spes 22,1). En efecto, por su muerte, Jesús no solo hace justicia del pecado, “sino que restituye al amor su fuerza creadora en el interior del hombre, gracias a la cual tiene acceso de nuevo a la plenitud de vida y santidad que viene de Dios. De este modo la redención comporta la revelación de la misericordia en su plenitud” (Dives in Misericordia, §7).
El Dios de la creación se revela como Dios de la redención, como Dios que “es fiel a sí mismo”(1 Ts 5, 24), fiel a su amor al hombre y al mundo, ya revelado el día de la creación. El suyo es amor que no retrocede ante nada de lo que exige su justicia. Y por esto al Hijo «a quien no conoció el pecado le hizo pecado por nosotros para que en Él fuéramos justicia de Dios»(2 Co 5, 21; cf Ga 3, 13). Si «trató como pecado» a Aquel que estaba absolutamente sin pecado alguno, lo hizo para revelar el amor que es siempre más grande que todo lo creado, el amor que es Él mismo, porque «Dios es amor» (1 Jn 4, 8.16). Y sobre todo el amor es más grande que el pecado, que la debilidad, que la «vanidad de la creación» (Rom 8, 20), más fuerte que la muerte; es amor siempre dispuesto a aliviar y a perdonar, siempre dispuesto a ir al encuentro con el hijo pródigo,(Lc 15, 11-32), siempre a la búsqueda de la «manifestación de los hijos de Dios»,(Rom 8, 19). que están llamados a la gloria (cf. Rom 8, 18). Esta revelación del amor es definida también como misericordia, (Cf. Santo Tomás, Summa Theol. III, q. 46, a. l ad 3), y tal revelación del amor y de la misericordia tiene en la historia del hombre un rostro y un nombre: se llama Jesucristo.
Es pues por su muerte y resurrección como Jesús levanta al hombre del pecado. Manifiesta entonces “plenamente el hombre a sí mismo y le descubre su sublime vocación” (Gaudium et Spes 22,1). En efecto, por su muerte, Jesús no solo hace justicia del pecado, “sino que restituye al amor su fuerza creadora en el interior del hombre, gracias a la cual tiene acceso de nuevo a la plenitud de vida y santidad que viene de Dios. De este modo la redención comporta la revelación de la misericordia en su plenitud” (Dives in Misericordia, §7).
María
En este plan de salvación, María ocupa un sitio eminente: “Cuando se cumplió el tiempo establecido, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer y sujeto a la Ley, para redimir a los que estaban sometidos a la Ley y hacernos hijos adoptivos” (Ga 4, 4-5). Si ese plan divino ha sido completamente revelado y cumplido por la muerte y resurrección de Cristo (cf. Col 1, 12-14; Rm 3, 24; Gal 3, 13; 2 Co 5, 18-29), reserva y consagra el lugar único de María (Lumen Gentium, 63).
Desde la Anunciación es saludada como “llena de gracia” por el ángel (Lc 1, 28), es la elegida por Dios, es decir, que participa de la voluntad eterna de Dios para salvar al hombre por la participación en su propia vida (2 P 1, 4). Naturalmente, eso sobrepasa su naturaleza, y María se interroga: “¿Cómo puede ser eso? (Lc 1,34). Pero consiente en la gracia que se le hace y acepta recibir en sí misma la Misericordia de Dios (Lc 1, 38). También, un poco después, durante la Visitación, María proclama en el umbral de la casa de su prima Isabel las maravillas de Dios y
dice: “su misericordia llega a sus fieles de generación en generación”.
dice: “su misericordia llega a sus fieles de generación en generación”.
María es, pues, aquella que, de una manera particular y excepcional – más que ninguna otra – experimentó la misericordia de Dios, y al mismo tiempo fue asociada a la revelación de la misericordia divina. (Redemptor hominis, §9)
No solamente María es “aquella que creyó que se cumplirá lo que le fue anunciado de parte del Señor (Lc 1, 45), sino que es aquella también que nos dice a propósito de Jesús “Haced lo que él os diga” (Jn 2, 5).
Al pie de la Cruz, mientras se cumple la obra de la Misericordia, cuando se hace explícito el papel eminente de María. El relato del evangelista Juan es particularmente conciso: “Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien él amaba, Jesús le dijo: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre». Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa” (Jn 19, 25-27). La que era la Madre del Salvador nos fue dada por Él, a la hora de su muerte, como madre nuestra. Las palabras que Jesús pronuncia desde la Cruz significan que la maternidad de la Madre de Dios encuentra en adelante una prolongación para nosotros (Redemptoris Mater, §9): en la Cruz, Cristo nos da a María como Madre de Misericordia.
Lourdes
Cuando el 11 de febrero de 1858 se dirige a Massabielle, a orillas del Gave, para recoger leña, Bernardita ve a una señora vestida de blanco. Su primer reflejo es querer hacer un gesto. Quiere hacer la señal de la Cruz: “Quería hacer la señal de la cruz”. Lo que es extraño es que no pudo hacerla: “No pude llevar la mano a la frente. La tenía caída.” Y Bernardita continúa diciendo: “La señora tomó el rosario que tenía en las manos e hizo la señal de la cruz. Entonces lo intenté yo por segunda vez y sí pude. En cuanto hice la señal de la cruz el gran sobrecogimiento que había experimentado desapareció”.
La primera cosa que María enseña a Bernardita es hacer la señal de la Cruz, a entrar en la Misericordia y Bernardita lo dice: con esa señal se me quitó el miedo.
Siendo ya religiosa, Bernardita fue interrogada por una de sus hermanas: “¿Qué hay que hacer para estar segura de ir al cielo?”. Bernardita contesta enseguida: “Hacer bien la señal de la cruz ya es mucho”. Unos instantes antes de morir, Bernardita reúne sus últimas fuerzas y hace su última señal de la cruz. Inmediatamente después expiró.
Siendo ya religiosa, Bernardita fue interrogada por una de sus hermanas: “¿Qué hay que hacer para estar segura de ir al cielo?”. Bernardita contesta enseguida: “Hacer bien la señal de la cruz ya es mucho”. Unos instantes antes de morir, Bernardita reúne sus últimas fuerzas y hace su última señal de la cruz. Inmediatamente después expiró.
Así, en los días de las apariciones de la santísima Virgen, por la señas de la cruz Bernardita entra en “otro mundo” presente en esta tierra. Y, en su último día, entra también en la gloria de Dios, en la eternidad, por la señal de la cruz. La Cruz es, por tanto la Puerta que nos abre a la Vida.
Es significativo que, en la primera aparición a Bernardita, María comience su encuentro con la señal de la Cruz. Más que un simple signo, Bernardita recibe de María una iniciación a los misterios de la fe.
La señal de la Cruz es de alguna forma el compendio de nuestra fe, porque nos dice cuánto nos ha amado Dios; nos dice que, en el mundo, hay un amor más fuerte que la muerte, más fuerte que nuestras debilidades y pecados.
El poder del amor es más fuerte que el mal que nos amenaza.
Este misterio de la universalidad del amor de Dios por los hombres, es el que María reveló aquí, en Lourdes. Ella invita a todos los hombres de buena voluntad, a todos los que sufren en su corazón o en su cuerpo, a levantar los ojos hacia la Cruz de Jesús para encontrar en ella la fuente de la vida, la fuente de la salvación.
El poder del amor es más fuerte que el mal que nos amenaza.
Este misterio de la universalidad del amor de Dios por los hombres, es el que María reveló aquí, en Lourdes. Ella invita a todos los hombres de buena voluntad, a todos los que sufren en su corazón o en su cuerpo, a levantar los ojos hacia la Cruz de Jesús para encontrar en ella la fuente de la vida, la fuente de la salvación.
La Iglesia ha recibido la misión de mostrar a todos el rostro amoroso de Dios, manifestado en Jesucristo. ¿Sabremos comprender que en el Crucificado del Gólgota nuestra dignidad de hijos de Dios, empañada por el pecado, nos ha sido devuelta?
Volvamos nuestras miradas hacia Cristo. Él nos hará libres para amar como Él nos ama y para construir un mundo reconciliado. Porque, con esta Cruz, Jesús cargó el peso de todos los sufrimientos e injusticias de nuestra humanidad.
Él ha cargado las humillaciones y discriminaciones, las torturas sufridas en numerosas regiones del mundo por muchos hermanos y hermanas nuestros por amor a Cristo. Los encomendamos a María, Madre de Jesús y Madre nuestra, presente al pie de la Cruz.
Volvamos nuestras miradas hacia Cristo. Él nos hará libres para amar como Él nos ama y para construir un mundo reconciliado. Porque, con esta Cruz, Jesús cargó el peso de todos los sufrimientos e injusticias de nuestra humanidad.
Él ha cargado las humillaciones y discriminaciones, las torturas sufridas en numerosas regiones del mundo por muchos hermanos y hermanas nuestros por amor a Cristo. Los encomendamos a María, Madre de Jesús y Madre nuestra, presente al pie de la Cruz.
Benedicto XVI,
Pasaje de la homilía del domingo 14 de septiembre de 2008
Pasaje de la homilía del domingo 14 de septiembre de 2008
EN LOURDES, PUERTA DE LA MISERICORDIA: RITUAL Y LECCIONARIO
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1. Ritual a la Puerta de la Misericordia
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1. Ritual a la Puerta de la Misericordia
La procesión, encabezada por la Cruz y los ceroferarios, se dirige hacia la Puerta de la Misericordia cantando el Iubilate Deo o el Te Deum laudamus.
Llegados a la Puerta, se proclama un texto bíblico tomado del leccionario. Después el obispo dice la oración del Jubileo:
Señor Jesucristo,
tú nos has enseñado a ser misericordiosos como el Padre del cielo, y nos has dicho que quien te ve, lo ve también a Él. Muéstranos tu rostro y seremos salvados.
Tu mirada llena de amor libró a Zaqueo y a Mateo de la esclavitud del dinero; a la mujer adúltera y a la Magdalena de buscar la felicidad solamente en las criaturas; hiciste llorar a Pedro tras haberte negado, y prometiste el Paraíso al ladrón arrepentido. Haz que cada uno de nosotros escuche la palabra que dijiste a la samaritana como dicha a nosotros: ¡Si conocieras el don de Dios!
Tú eres el rostro visible del Padre invisible, del Dios que manifiesta su omnipotencia sobre todo con el perdón y la misericordia: haz que la Iglesia sea en el mundo, tu rostro visible, el de su Señor resucitado y glorioso.
Tú has querido también que tus ministros estén revestidos de debilidad para que sientan una verdadera compasión por los que se encuentran en la ignorancia o en el error: haz que quien se acerque a uno de ellos se sienta esperado, amado y perdonado por Dios.
Espíritu y conságranos a todos con su unción para que el Jubileo de la Misericordia sea un año de gracia del Señor y tu Iglesia pueda anunciar con renovado entusiasmo, la Buena Nueva a los pobres, proclamar la libertad a los prisioneros y oprimidos y devolver la vista a los ciegos.
Te lo pedimos por intercesión de María, Madre de la Misericordia, a ti que vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos.
AMEN
Después de un tiempo de silencio, el obispo dice:
V Esta es la puerta del Señor:
R los justos entrarán por ella! (Sal 117,20)
(silencio)
V Pero yo, por tu gran bondad, entraré en tu casa,
R y me postraré ante tu templo santo. (Sal 5, 8)
(silencio)
V Abridme las puertas del triunfo
R y entraré para dar gracias al Señor. (Sal 117,19)
(silencio)
R los justos entrarán por ella! (Sal 117,20)
(silencio)
V Pero yo, por tu gran bondad, entraré en tu casa,
R y me postraré ante tu templo santo. (Sal 5, 8)
(silencio)
V Abridme las puertas del triunfo
R y entraré para dar gracias al Señor. (Sal 117,19)
(silencio)
El obispo permanece en el umbral de la puerta, en silencio algunos instantes, después, también en silencio, pasa por la puerta santiguándose, manifestación de la Misericordia de Dios para el hombre.
Después se entona el Gloria.
Se invita a cada uno a pasar por la puerta respetando el mismo rito: silencio, señal de la cruz, cántico de acción de gracias.
Inspirado del Ritual del Vaticano para la apertura de la Puerta Santa Jubileo del Año 2000.
2. Leccionario - Puerta del Año Santo
Lectura del Libro de Isaías (60,1-5.15-.18-22)
¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti!
Mira: las tinieblas cubren la tierra, y la oscuridad los pueblos, pero sobre ti amanecerá el Señor, su gloria aparecerá sobre ti. Y caminarán los pueblos a tu luz, los reyes al resplandor de tu aurora. Levanta la vista en torno, mira: todos ésos se han reunido, vienen a ti; tus hijos llegan de lejos, a tus hijas las traen en brazos. Entonces lo verás, radiante de alegría; tu corazón se asombrará, se ensanchará, cuando vuelquen sobre ti los tesoros del mar y te traigan las riquezas de los pueblos.
Mira: las tinieblas cubren la tierra, y la oscuridad los pueblos, pero sobre ti amanecerá el Señor, su gloria aparecerá sobre ti. Y caminarán los pueblos a tu luz, los reyes al resplandor de tu aurora. Levanta la vista en torno, mira: todos ésos se han reunido, vienen a ti; tus hijos llegan de lejos, a tus hijas las traen en brazos. Entonces lo verás, radiante de alegría; tu corazón se asombrará, se ensanchará, cuando vuelquen sobre ti los tesoros del mar y te traigan las riquezas de los pueblos.
Antes estuviste abandonada, aborrecida y despoblada, pero yo haré de ti el orgullo de los siglos, la alegría de todas las generaciones. Ya no se oirá hablar de violencia en tu país ni de expoliación y desastre en tus fronteras; a tus murallas las llamarás «Salvación» y a tus puertas, «Alabanza». El sol ya no será tu luz durante el día, ni la claridad de la luna te alumbrará de noche: el Señor será para ti una luz eterna y tu Dios será tu esplendor. Tu sol no se pondrá nunca más y tu luna no desaparecerá, porque el Señor será para ti una luz eterna y se habrán cumplido los días de tu duelo. En tu pueblo, todos serán justos y poseerán la tierra para siempre: serán un retoño de mis plantaciones, obra de mis manos, para manifestar mi gloria. El más pequeño se convertirá en un millar, el menor, en una nación poderosa. Yo, el Señor, lo haré rápidamente, a su tiempo.
o bien
Lectura del libro de Isaías (61,1-2.10-11)
El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos, y a los prisioneros la libertad, para proclamar el año de gracia del Señor, el día del desquite de nuestro Dios, para consolar a los afligidos.
Desbordo de gozo con el Señor, y me alegro con mi Dios; porque me ha vestido un traje de gala y me ha envuelto en un manto de triunfo, como novio que se pone la corona, o novia que se adorna con sus joyas. Como el suelo echa sus brotes, como un jardín hace brotar sus semillas, así el Señor hará brotar la justicia y los himnos ante todos los pueblos.
Salmo 121 (122)
Qué alegría cuando me dijeron:
«Vamos a la Casa del Señor!»
Ya están pisando nuestros pies
tus umbrales Jerusalén.
«Vamos a la Casa del Señor!»
Ya están pisando nuestros pies
tus umbrales Jerusalén.
Jerusalén, está fundada
como ciudad bien compacta
Allá suben las tribus,
las tribus del Señor.
como ciudad bien compacta
Allá suben las tribus,
las tribus del Señor.
Según la costumbre de Israel,
a celebrar el nombre del Señor;
en ella están los tribunales de justicia,
en el palacio de David.
a celebrar el nombre del Señor;
en ella están los tribunales de justicia,
en el palacio de David.
Desead la paz a Jerusalén:
“Vivan seguros los que te aman,
haya paz dentro de tus muros,
seguridad en tus palacios”.
“Vivan seguros los que te aman,
haya paz dentro de tus muros,
seguridad en tus palacios”.
Por mis hermanos y compañeros,
voy a decir: “La paz contigo.”
Por la casa del Señor, nuestro Dios,
te deseo todo bien.
voy a decir: “La paz contigo.”
Por la casa del Señor, nuestro Dios,
te deseo todo bien.
o bien
Salmo 117
En el peligro grité al Señor,
y me escuchó, poniéndome a salvo.
El Señor está conmigo: no temo;
¿qué podrá hacerme el hombre?
y me escuchó, poniéndome a salvo.
El Señor está conmigo: no temo;
¿qué podrá hacerme el hombre?
Empujaban y empujaban para derribarme,
pero el Señor me ayudó;
el Señor es mi fuerza y mi energía,
él es mi salvación.
pero el Señor me ayudó;
el Señor es mi fuerza y mi energía,
él es mi salvación.
Abridme las puertas del triunfo,
y entraré para dar gracias al Señor.
Esta es la puerta del Señor:
los vencedores entrarán por ella.
y entraré para dar gracias al Señor.
Esta es la puerta del Señor:
los vencedores entrarán por ella.
Te doy gracias porque me escuchaste
y fuiste mi salvación.
y fuiste mi salvación.
Tú eres mi Dios, te doy gracias;
Dios mío, yo te ensalzo.
Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.
Dios mío, yo te ensalzo.
Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.
Evangelio de Jesucristo según San Lucas (4, 14-21)
En aquel tiempo, Jesús volvió a Galilea con la fuerza del Espíritu; y su fama se extendió por toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas, y todos lo alababan. Fue a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el libro del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito:
«El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor.»
Y, enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y él se puso a decirles: «Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír.»
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