3. Procesión y peregrinación
Un camino de revelación
El camino de Bernardita
La peregrinación consiste, en la mayoría de los casos, en el desplazamiento desde la propia casa
hasta un lugar santo.
Por
tanto, la procesión-peregrinación no puede considerarse fuera de su lugar de convergencia, del lugar al que se va a llegar.
Evocar la peregrinación de Lourdes significa
al mismo tiempo:
- El santuario de la Inmaculada Concepción
- El grupo que va y permanece allí
- El contenido
de la peregrinación que se va a realizar
En
Lourdes, quizás más que en ningún otro lugar, la relación que se establece
entre las personas es esencial, ya que la característica primordial de la
peregrinación a la Gruta de Lourdes es que existe por deseo de la Virgen
Inmaculada, expresado el 2 de marzo de 1858:
que se construya
aquí una capilla
y que se venga en procesión-peregrinación.
¿Por qué una petición
tan sencilla y precisa?
Para
que todos aquellos a quienes María atraiga a la Gruta puedan prolongar la
experiencia de Bernardita. La peregrinación-procesión de Bernardita puede resumirse en tres palabras:
- Atraída
- Acompañada
- Acogida
Nuestros contemporáneos pueden sorprenderse de que Bernardita no tomara la iniciativa
y que su actitud pudiera parecer incluso pasiva.
De hecho, el primer rol es el de María:
es la Santísima Virgen quien atrae a Bernardita hacia sí.
El segundo rol tampoco es el de Bernardita, sino el de las personas
que María eligió para
acompañar a la joven desde su casa hasta la Gruta,
donde la Virgen Inmaculada la espera.
El tercer rol es
el de otras personas sobre las que María puede contar
para hacer posible
y eficaz su encuentro con Bernardita en la Gruta de Lourdes.
De la misma manera que Jesús, María se dirige siempre
a la humanidad de cada persona,
para que la gracia de la que es dispensadora llegue al corazón de unos
a través de la acción
de otros, es decir, de aquellos que acompañan y acogen.
No
sólo estas tres realidades que son la atracción, el acompañamiento y la acogida
preparan a Bernardita para el encuentro con la Bella Señora de la Gruta, sino que también
nos abren
a la esperanza, ya que son la primicia y el fin de la esperanza para Bernardita en el
pasado y para todos los que vienen hoy a Lourdes.
Por eso esta meditación para la peregrinación a Lourdes en 2024 va dirigida
a los que acompañan y a los que son acompañados,
a los que acogen y a los que son acogidos.
Todos avanzan por un camino
que se anuncia como un camino de revelación.
La experiencia eclesial
Dos observaciones con respecto a los encuentros con Dios y con los demás.
Primera.
La atracción, el acompañamiento y la acogida requieren la participación
efectiva de ambos protagonistas. De modo que no hay, por un lado, quien hace y, por otro, quien se beneficia
de lo que se hace por él. La peregrinación es, pues, una convivencia cuyo fin
último es el encuentro con Dios. Y todo encuentro implica olvidarse de uno mismo,
dar siempre más importancia al otro que a uno mismo, y expresarlo mediante el
don de uno mismo.
Este encuentro, que es la peregrinación, comienza
con el encuentro con los demás.
Luego se abre al encuentro con la Virgen Inmaculada.
María designa
y entrega inmediatamente a su Hijo Jesucristo.
Entonces, el Salvador del mundo ofrece al peregrino el don de sí mismo a Dios,
su Padre.
Este es el Ser mismo de
Jesús:
Que no se haga mi voluntad, sino la tuya (Lc 22, 42).
Es el ser de la única criatura
que dice: Yo soy la Inmaculada Concepción.
Prefiere a su Hijo Jesús antes
que a sí misma y lo expresa
con el don total de sí misma acogiendo en su seno al Hijo de Dios
hecho hombre:
Hágase en mí según tu palabra (Lc
1, 38).
Este es el camino propuesto a Bernardita.
Al recibir
la señal de la cruz desde el primer encuentro
con la Señora, prefirió a la Madre de Jesús antes que a sí misma,
viviendo así en la esperanza de la vida eterna:
Cueste lo que cueste, siempre
debo hablar de mi Madre.
La segunda
observación concierne la experiencia del peregrino
que vuelve sus ojos hacia la Gruta de Lourdes.
Lo que ve le invita a abrir su corazón, a dejarse dilatar,
llenar
y ser colmado por la gracia
del Espíritu de Dios que le transmite la Virgen Inmaculada.
En la Gruta, a través de la oración,
la súplica y la acción
de gracias, los peregrinos entran
en un proceso eminentemente
personal.
Sin embargo,
en ese mismo momento, toman conciencia de que no son, a pesar suyo, parte de una yuxtaposición de individuos, sino
que experimentan una cierta cercanía con quienes les rodean.
Y ésta es una experiencia nueva
para él, que no sólo no es estática, sino que le lleva a otros
descubrimientos. Ahora se siente concernido por los demás e incluso solidario
con ellos.
Y así, poco a poco,
descubre que esta comunidad,
a la que ahora es consciente de pertenecer, es la Iglesia.
No una Iglesia que le asusta
o a la que le gustaría atacar
o denigrar, sino el santo
y fiel Pueblo de Dios. La
Iglesia que sirve, ama y cuida. La Iglesia cuyo primer miembro es María, la
Madre de Jesús, la primera de los humildes, los pobres del Señor. María es la
que está al lado de todos sus hijos, a los que atrae a la Gruta de Lourdes.
Así, en la roca de Massabielle, volviéndose hacia la Virgen
Inmaculada, los peregrinos de Lourdes descubren la Iglesia. Y cuando
salen de la Gruta, ven al Pueblo de Dios reflejado
en el rostro puro de la
Virgen Inmaculada.
Sin embargo,
si la Gruta es la casa de María, es porque ella es el santuario de su Hijo Jesucristo, el Salvador del mundo. Es también allí
donde plantó su cruz, como lo ha hecho en el corazón de cada bautizado. Es allí
donde, por medio de María, no cesa de atraer hacia sí a la multitud humana (Jn
12,32).
Una
experiencia eclesial muy concreta
La peregrinación-procesión es un camino de encuentros
con Dios y con los demás con María y con Cristo
con
la Iglesia y consigo mismo.
Donde dos o tres están reunidos
en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos (Mt
18, 20).
Por eso la presencia
de un guía espiritual
nos hace avanzar mucho más en el conocimiento de la Iglesia
entre
los que los sacerdotes
ordenados ejercen su ministerio sacerdotal
para reunir a la familia de Dios, y así conducirla por el Hijo, en el Espíritu, hacia Dios Padre.
Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos,
bautizándolos en el nombre
del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que
os he mandado (Mt 28, 19-20).
Escuchar la Palabra de Dios
es un alimento para el alma,
que fortalece y transforma a cada uno en un miembro vivo del cuerpo de
Cristo: la Iglesia.
Las palabras
que os he dicho son espíritu y vida (Jn
6, 63).
El camino
emprendido en Lourdes
es, pues, un camino de Revelación divina.
En la procesión-peregrinación, la respuesta a la Palabra
de Dios que escuchamos
se expresa
espontáneamente en la oración, que en Lourdes
adopta múltiples formas, teniendo en cuenta la situación
personal y cultural de cada uno,
antes de expresarse de manera única en la oración
comunitaria.
Por eso, habitados interiormente por la Palabra
de Dios,
la presencia de los demás
suena como una llamada a realizar
actos de caridad evangélica en su
favor
es decir, a considerar cómo Dios actuaría
con ellos.
Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños,
conmigo lo hicisteis (Mt 25, 40).
Cuando empezamos a vivir así, descubrimos la realidad de la Eucaristía
que significa vida dada, entregada y ofrecida, y que a su vez se convierte en vida reconciliada
- incluso a través de la celebración del sacramento en la capilla
de las confesiones -
con Dios, con los demás, consigo
mismo.
Jesús tomó pan y, después de pronunciar la bendición,
lo partió, lo dio a los discípulos y les dijo:
«Tomad y comed: esto es mi cuerpo» (Mt 26, 26).
María, la sierva del Señor
Hay un estilo mariano en la actividad
evangelizadora de la Iglesia.
Porque cada vez que miramos a María volvemos
a creer en lo revolucionario
de la ternura y del cariño…
María sabe reconocer las huellas del Espíritu de Dios
en los grandes acontecimientos y también
en aquellos que parecen imperceptibles.
Es contemplativa del misterio de Dios en el mundo,
en la historia y en la vida cotidiana de cada uno y de todos…
Le rogamos que con su oración
maternal
nos ayude para que la Iglesia
llegue a ser una casa para muchos, una madre para todos los pueblos,
y haga posible
el nacimiento de un mundo nuevo.
Papa Francisco
Exhortación apostólica
La alegría
del Evangelio, n°
288
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